Ella esperaba siempre el canto del búho
antes de salir a correr tras sus pasos por las sucias calles y callejones del mercado.
Recorría los bares más sórdidos, como quien hace la visita a las iglesias en semana santa,
y siempre lo hallaba al fondo del lugar más sucio, derrotado y olvidado de sí mismo.
Ella ingresaba dueña de la situación , se abría paso entre la lacra humana, lo rescataba casi al vilo
y se apropiaba de su cuerpo , lo estrechaba contra su pecho en casa antes de bañarlo en una humilde batea de agua caliente.
Ambos pertenecían a familias ricas pero él se había encargado de medrar la fortuna de la pareja en aventuras semanales que involucraba alcohol y esa droga demoníaca, que arrasaba con el amor, la confianza , y los dejaba cada vez más pobres , ella cada vez más triste y un vaho de desesperanza se cernía sobre el cuarto de una pieza, que compartían cerca a las callejuelas sucias de un barrio pobre.
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