Ana sabía
siembre sabía distinguir entre los paseos solitarios por la playa a la caída del sol
cuando volvía a lamer sus manos en gesto cariñoso,
y sus fugas deliberadas , las largas ausencias de días y noches sin noticias ,
ella con el alma en vilo esperando su regreso medio muerto babeante de droga y de todos los tóxicos existentes , pero vivo al fin, orinado por los perros , vomitado por los borrachos pero suyo, pegado a su pecho de paloma, . Aquellos eran más bien gestos egoístas y de angustia que ella no resentía.
A él , ella lo sabe, la vida le duele, en el tuétano mismo, ni él mismo sabe y escapa raudo del dolor , implota, explota, corre como un ánima por las madrugadas por la arena y olvida bebiendo, hasta perder la conciencia, hasta ver lagartijas azules y terminar llorando desarmado y derrotado .
Llama a Ana con el lamento del hombre niño a través del desierto.
Ella escucha su clamor y corre a consolar sus miedos y mientras limpia lágrimas, babas , canta dulce una nana de amor. Pronto volverán a casa, a la tibieza del lecho que comparten y tras una ducha, harán el amor como dos animales desesperados, dos fieras unidas por un sino oscuro, determinados a no perderse uno del otro.
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