La pequeña casa resultaba en extremo estrecha para los tres.
Hablaron de alquilar una más grande, en espera de la inminente llegada de los camaradas.
El asunto primordial era no despertar sospechas entre la gente, los empleados de la empresa y por sobre todo, entre la policía.
Encargaron a Nina, en su calidad de foránea y casi recién llegada, buscar el refugio . Ella podría aducir necesitar un mayor espacio para dictar clases de budismo zen o de cualquier disciplina que tanto gustan entre las gringas .
Nina detestaba las etiquetas pero no le quedaba más remedio que obedecer y dar utilidad a su condición de mujer blanca. Rabiaba por dentro, pero aprendió pronto a tirar las penas en el río donde se bañaba cada mañana.
Muchas veces Dámaso iba en su encuentro, sin aviso y volvían a ser los amantes furibundos de siempre.
El la devoraba con lenta ternura y ella cabalgaba como una bacante libre , ciega sobre sus piernas. Atrás quedaban los proyectos, las obligaciones, los camaradas. En esos momentos necesitaban adorar sus cuerpos, como si fueran dioses . Entregarlos en el altar del placer por el placer mismo.
Olvidar con el goce que podían perder la vida en un segundo.
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