Dámaso y Nina se encontraban , y el sol estallaba en mil colores sobre las aguas del puquial.
El agua fresca acariciaba sus cuerpos.
Ellos jugaban, retozaban como niños, sin pensar en el futuro.
No existía nada aparte de sus propios cuerpos, a quien les rendían tributo,
tal como Nina exigía.
Y era la caricia del agua helada sobre la piel,
eran ágiles las manos que se buscaban bajo la corriente .
Eran uno solo caída la tarde o al alba, y Dámaso hubo de aceptar que volvía a sentirse vivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario