La primera mañana después del amor, Nina celebró su liberación. Salió salió a correr desnuda por el campo.
Cuan hermoso era contemplar su figura de venado, sus largas piernas devorar como una leona los kilómetros, el agua de lluvia mojando su rostro, su cuerpo.
Había vuelto la Nina combativa y libre.
Atrás, en el recuerdo quedarían desde ese día sus amados camaradas, en especial Dámaso.
Por cada uno de ellos, lanzaba un aullido hacia cielo,
Por fin pudo llorar sus muertes, con gemidos suaves y alaridos de dolor, que estremecían su cuerpo.
Se despedía de ellos para siempre. Plantó una flor silvestre por Dámaso y su amor comprometido e intenso, por el placer mutuo de sus cuerpos, por sus enseñanzas.
Esa fue su breve ceremonia fúnebre.
Una vez por todas, se dejaba atrás un peso muy grande y oscuro casi un mounstro, que pretendía devorarla.. Ella no se atrevía siquiera a nombrar. Esa mañana aquella tragedia se deshizo, se evaporó con el primer cuerpo que Nina amó. Ella se descubrió viva. Y festejó como a ella le gustaba por no haber perdido la sensibilidad en su cuerpo ni sus sueños revolucionarios, más vivos aún que nunca.
Volvió a ser la gringa loca y feliz de antes. Trabajaba diligente en el hostal y por las noches se reunía con sus nuevos camaradas mineros para planificar una huelga.
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