Ya Nina había perdido la noción del tiempo.
No recordaba cuantas horas , o días llevaba encerrada en buses polvorientos, que la hacían toser .No llevaba la cuenta cuantos poblados había atravesado sin ver nada.
Los buses se detenían únicamente para que los pasajeros estiraran las piernas hacer sus necesidades y dejar a algunos pasajeros en algunos poblados. Nina evitaba salir. Hacía sus necesidades y se escondía bajo unas colchas que compró en una de las estaciones.
El aire era tan helado que le costaba respirar.
Los campos magníficos se extendían interminables en un paisaje en mil tonos de verdes.
En las paradas subían las mamachas a vender choclos, papas y panes. Nina no había reparado en su falta de interés por la comida.
Hacía días no probaba bocado más
al sentir el olor del pan recién horneado sintió por fin un apetito canino. Ganas de devorar los choclos, las papas apetitosas , aquello que las señoras antiguas llamaban hambre atrasado.
Compró una provisión de los deliciosos productos, hincó los dientes con gusto, cerró los ojos con verdadero deleite recordando el sabor de comer, de revivir , quizás.
Los pasajeros se extrañaron del apetito de camionero de la gringuita , más de uno se alegró en el fondo de verla cobrar vida, las mejillas coloreadas de puro gusto mientras daba cuenta de su merienda.
Ese acto de sobre vivencia resultó tan espontáneo como todos los actos propios de la muchacha.
Sabía por instinto que debía presentarse a la mina , a un proyecto mucho mayor que aquél anterior,
y debía ir fuerte , segura, sin trazas de nostalgia. Experiencia sí ,más ni una pena asomaría jamás por esos ojos de caramelo.
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