Nina solo atinó a correr como una posesa al oler el fétido hedor de la sangre. Vio los rostros rígidos de sus compañeros deformados por la muerte. Sus pechos abiertos como rosas rojas.
Atrás quedaron los recuerdos del amor a Dámaso, a él no quiso mirarlo.
Aquél domingo se habían amado locamente, como si intuyeran que sería la última vez.
Las camaradas habían festejado a grandes voces el día de la mujer, bebiendo y cantando a grandes voces.
Ella no quise participar de la celebración por no comulgar con el dichosos día.
Cayó rendida en el lecho con el cuerpo pleno y satisfecho.
No escuchó el repiquetear asesino de las metrallas,
la danza mortal que cegó la vida de sus compañeros,
Nina creía merecer ser parte de la masacre, el hecho la acompañaría el resto de sus días,
y en especial , el recuerdo asaltaría sus noches aciagas.
Ella sabía de importanes movimienos mineros al norte, en Cajamarca. Y de un líder , Gregorio Santos.
Así como llegó, partió sigilosa entre las tinieblas en la primera movilidad que partió aquél lunes postrero.
Le esperaba un largo camino. Felizmente , ella tenía los ahorros ganados en sus pequeños negocios.
Le alcanzaría hasta llegar a su próximo destino. Quizás esta vez , el cambio , la justicia social sería posible , sin intervenciones asesinas de policias ni esbirros de empresas asesinas.
Qué ingenua era, no sabía que se enfrentaría a un verdadero monstruo de mil cabezas.
Sin voltear la cabeza salió del poblado rumbo a su nueva lucha .
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