Los días domingo, Nina bajaba al pueblo a comerciar como solía hacer desde que llegó ya hace meses, Su arribo siempre era bienvenido por las señoras del mercadillo, quienes reían en torno a unas cuantas botellas de cerveza. Ese único día, Nina era aquella muchacha despreocupada, medio hippie,
de largos cabellos dorados que bebía y comía como una comunera más.
Al mediodía, Nina volvía a casa alegre por los licores y cervezas bebidos y abrazaba por la espalda a Dámaso. Volvía a ser entonces la misma muchacha sin tapujos del principio y el amante la llevaba aupada, sorteando a los camaradas , al riachuelo.
Por el camino, Nina recorría a besos sus brazos cada vez más fuertes, ese pecho que la enloquecía, el cuello. La boca. Ni bien llegaban, ella lo desvestía. Contemplaba su cuerpo, como un artista , estudia al modelo por esculpir. Cada vez, Dámaso crecía en músculos.
Con ambas manos Nina medía su pecho, lo besaba, Lamía sus tetillas.
Demoraba el placer adrede. Así se encendía ella, también.
Su lengua era ágil y voraz, Subía y bajaba. Envolvía su sexo, lo devoraba. Mordía su estómago. Lo arañaba.
Lo recorría vertical, besaba, succionaba. Le divertía sentir su placer,.
Los gemidos en diversos tonos. Descubría cada vez nuevos gritos agudos, broncos.
Era la adoración del cuerpo, de cada poro por la hembra ansiosa.
El desesperaba por tomarla.
Ella tomaba una mano de él . Introducía su índice, hacía rozar su clítoris, como una bulba hinchada.
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