Nina entraba de puntillas al agua helada y aguardaba la caída del pequeño manantial sobre su espalda.
Sonreía complacida de poder sentir en su piel la caricia de aquella agua fresca, pura.
El arribo de Dámaso completaba la fiesta de los sentidos.
El aprendía día a dia a dejar de un lado sus pudores.
Nina iniciaba la celebración, sumergiendo su cuerpo entre las piernas gruesas de Dámaso.
El se dejaba amar y con una mano acariciaba los pezones de ella. Emergía entonces ella y rodeaba su cintura con sus piernas de venado.
La corriente crecía ellos se dejaban llevar libres, como si no existiera más obligación que ser felices.
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