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martes, 3 de marzo de 2015

Cada noche, los camaradas se turnaban para dormir. El espacio, los humores de los camaradas en una casa de un ambiente hacían insoportable el sueño.
Antes del alba, salieron Dámaso y Nina a tomar una casa grande abandonada que ya tenían en la mira. Al parecer perteneció a algún ingeniero de la empresa , pero amplia y alejada, resultaba ideal para el grupo.
Una vez, desayunaron se dispusieron a mudarse en pequeños grupos de a dos.
No debían llamar la atención ni siquiera de las señoras del mercado amigas de Nina. Su escondite debía ser además cercado con alambre de púas y un sistema de mirillas en caso de un ataque.
Las tareas, distribuídas relajó las tensiones entre las camaradas mujeres.
Nina se preguntó la razón de la competencia entre las propias mujeres sean camaradas, amigas burguesas , ricas o pobres. Existía , claro que existía. Si bien entre los hombres la amistad era más espontánea, sencilla. Las mujeres eran difíciles, más aún si eran mayores y con más experiencia. Nina no era mujer de aguantar pullas ni acobardarse. Era más bien un gallito que Dámaso debía reconvenir cada tanto. Ella apretaba los dientes y pensaba que era un sacrificio por y para la revolución. Años más tarde, Nina volvería a enfrentarse con esos mismos asuntos de rivalidad. Ella lamentó que , el feminismo y tantos otros movimientos independentistas de la mujer ,que no le imponían respeto alguno, no servían sino para el lucimiento personal de cada mujer. Era la versión izquierdista de la pituca burguesa, Y escupió al suelo.

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