La vida de Nina transcurría entre la posada y la vivienda de los mineros .
En ambos lugares se sentía ella plena, feliz. En la posada, era la mano derecha, izquierda de la duerña, con los mineros se nutría de las enseñanzas, de la historia de sus luchas y planeaban un próximo golpe, sin tanto rodeo como con la gente de Dámaso. Estos mineros eran prácticos, obraban sin darle muchas vueltas a las cosas y estaban dispuestos a darlo el todo por el todo.
Nina nunca llegó a saber si Dámaso , su gente sería finalmente capaz de actuar, tomar las tierras y matar, si era necesario . Quizás fueran unos románticos. Ya Nina no podría saberlo. No era importante. Estos hombres, cuajados en los oscuros socavares de las minas, despedidos por una patronal brutal acostumbrada a minar la salud de su gente desde su más tierna edad, resistía la desocupación de ese momento con una dignidad. Comían en olla común y Nina traía de la Posada muchos vegetales para mejorar la calidad nutricional de aquella comida. De la misma manera se las arreglaban con la luz y el agua. Y Nina traía la alegría cuando permanecía la noche entera junto a Marco, el mayor de todos. Un hombre trejo y fuerte que resistía los embates de la chiquilla.
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