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lunes, 30 de marzo de 2015

La bienvenida de los mineros confundió un poco a Nina. Por un momento quizo permanecer con ellos toda la vida , como si de un cuento de hadas se tratara su vida. Su pareja, el minero mayor, notó este tinte de romantiscimo inédito  hasta hoy en Nina y la mandó de regreso a casa.
Ella debía reflexionar con la cabeza fría. Era víctima de un síndrome propio de aquellos inocentes torturados : querer buscar una familia a la antigua , un sitio seguro.  Ni ella era Blancanieves ,ni ellos eran los enanos del cuento, le explicó a la muchacha, quien lloraba a lágrima viva. Se sentía rechazada por quienes ella consideraba su familia . Poco a poco las lágrimas cedieron, ella enfrió la cabeza y se dispuso a marcharse a casa, los volantes muy pegados a su piel.
La angustia inicial se fue disispando y cuando arribó al Hostal, era la misma muchacha corajuda que llegó hace unos meses. Doña Petronila la llenó de besos y mimos, como si Nina volviera de la guerra y le tenía preparada una sopa levantamuertos, que consistía en trozos de carne de  carnero, carne de vaca, gallina blanca, gallina negra. No permitió que la muchacha se levantara hasta que no hubiera terminado el último bocado. Y la verdad, Nina se sintió reconfortada de sus penas de amor y de cualquier dolor . Se fue directamente a la cama y durmió hasta el mediodía del día siguiente.
Tal era su cansancio emocional.

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