Nina apreciaba cada día con más sentimiento los cuidados de doña Petronila.
Nacía en su alma la gratitud, y un cariño distinto, Era un sentimiento desconocido que crecía en su alma , era un amor de hija a la madre, Ella no la tuvo , no lo conoció pero era ahora era diferente.
Tendida en la cama, con las persianas cubiertas, Nina se recuperaba leyendo los libros de la hija de doña Petronila. Eran libros que Nina jamás pensó leer en un hostal de la serranía .Los clásicos rusos,
los autores del Siglo de Oro Español, Mao, y muchos clásicos franceses. Todos muy buenos y variados.
Doña Petronila los guardaba como tesoros en espera de su verdadera propietaria, pero habían pasado más de 15 años sin noticias de su hija y mientras ella llegaba Nina los leería .
Cuán plácido el reposo , solo recordaba estar así de mimada cuando vivía con aquél pescador en el norte.
Debía recuperar la forma normal de su rostro , deshincharse,
tomar nuevamente valor para afrontar la calle sin asustarse ni mirar hacia todos lados. Eso la convertiría en sospechosa directamente.
Tratar de no huir corriendo del policía y volver a encontrarse con los mineros , buscando la manera de no comprometerlos, ni caer ella misma en compromiso.
Ardua tarea la que tenía por delante.
Aprender a vivir sin miedo, aparentar no tener miedo, mentir,
disimular. Aprender todo aquello que no sabía y su cuerpo , también. Caminar, ir hacia atrás, Segura de sí mismo y con la certeza que nada malo podría ocurrir.
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