Nina sabía que solo en la acción comprobaría la efectividad del pelotón.
Aquél grupo venía de refriegas mayores, disparaba y sabía escapar como conejos por las alturas.
No podía despreciar a las mujeres tan solo por su afán de celebrar algo que a ella no le producía entusiasmo alguno.
Nina cavilaba en su lecho cuando el sonido seco de unas balas la puso en pie.
Las camaradas habían tomado en exceso y no se encontraban alertas en el momento del ataque.
Algunas yacían derramadas en sangre alrededor de la hoguera.
Otras lograron reptar y se parapetaron tras unas rocas.
Las más fueron apresadas junto a los camaradas.
Nina sabía que Dámaso y el jefe no hablarían .
De las demás, no tenía la certeza.
Los policías, los militares servían a los patrones y eran cruentos.
Total, se les abonaba dinero adicional por cada confesión.
Una vez más, Nina se vio en la triste necesidad de dejar atrás un grupo, un hombre, un proyecto bien organizado.
Como en veces anteriores, se dirigió hacia la dirección donde nadie la hallaría.
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