Nina continuaba el camino sin sentir dolor ni en los músculos, agarrotados, ni en el alma.
Parecía que un viento helado había congelado su cuerpo, sus recuerdos.
Ella sabía que no debía, no quería llorar.
Las flaquezas , las lágrimas nublan el entendimiento y sé necesitaba clara y fría.
Serena y desapegada de los afectos. De aquellos que le arrancaron del alma hace ya tan poco que no recordaba. No debía pensar, se lo había impuesto.
El bus avanzada y el polvo enraizaba el ambiente al punto de no lograr ver a su vecino.
Faltaban días de camino, resolvió dormir aún sin sueño. Descansar, curar el alma en el reposo.
No pensar. Le esperaban aún días agotadores, retos mayores.
Nina era la única sobreviviente de una masacre de unos cuantos camaradas.
Hecho intrascendente hasta en el mismo poblado.
Nadie advirtió la ausencia de Dámaso, ni la de Niña , la muchacha dorada que se tendía en el campo a dormir.
Ella parecía no haber participado en ningún hecho de sangre .
Jamás nadie nunca observó sus diligentes prácticas de tiro.
Ni sus encuentros amorosos con aquél campesino que supo amarla como nadie.
Nadie protestó por la matanza a sangre fría en manos esos policías y asalariados de la empresa.
Mascullando la rabia quedó dormida como una niña grande.
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