Tras el aguacero , los primeros rayos de sol se filtran por las rendijas del establo.
Desciendo rápido, los caballos , relinchan felices a mi arribo.
El miedo ha desaparecido de sus ojos , nerviosos, corcovean, empujan la puerta.
Quieren salir a cabalgar libres.
No prueban bocado pues la ansiedad por escapar del encierro es mayor, luego de una tarde de tormenta.
Apeada sobre mi yegua blanca , arreo a la manada.
La guío a pastar lejos de la comarca.
Rezo un padre nuestro para que el cielo no ensombrezca.
A su paso, los campesinos saludan, sombreros al vuelo.
Mi yegua blanca, saluda, inclinado la cabeza, doblando la rodilla.
Los caballos de carrera cabalgan como si fuera la última justa de su vida.
Se adelantan, orgullosos pues saben de su poderío.
Los potrillos , como niños , juegan distraídos con las mariposas, se detienen para oler una flor.
Las yeguas empujan amorosas a sus crías.
Todos quieren llegar a los pastisales de mil colores,
Campos inmensos como mares amarillos, mostazas ondeando al viento .
Higueras altas para los higos dulces, la sombra del mediodía.
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