Gozo contemplando a mis caballos pastar en la inmensidad amarilla, mostaza de las espigas de trigo.
Es un mar ondulado por el viento, de colores intensos, hermosos como una pintura de Van Goh.
Si bien , comen alfalfa , barbecho en el establo, después de los entrenamientos diarios , los arreo al campo a pastar libres.
Les encanta masticar pausada las semillas de trigo, escupir luego al suelo, como un ritual de disfrute pleno.
Luego pegan el lomo bajo la higuera más alta, los potros hacen esfuerzos por alcanzar los higos maduros.
Se ensucian los hocicos como niños chicos de jugo dulce.
A veces, algunos potros traviesos comen en exceso, llenan el hocico del fruto.
Por las noches , relinchan de dolor de panza , algunos vomitan y los más tiernos arden de fiebre.
Al día siguiente, ellos mismos se curan con yerbas , agua pura, helada del puquial, que baja de la montaña.
Es difícil controlar a los potros cuando se pierden entre los trigales . Los caballos mayores, las yeguas , sus crías pelean por un lugar bajo las higueras.
Ellos mismas se engolosinan con el fruto de la higuera, con tanta fruición como los potros, sus crías.
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