Tendida sobre la arena tibia, la yegua blanca inmóvil vela mi sueño.
No sé cuanto tiempo he dormitado, pero me siento mejor de ánimo.
Ambas necesitamos estas escapadas hacia lugares lejanos para confortar el alma.
Es por ello, que cuando la veo cabizbaja, o yo camino sin ánimo, nos miramos a los ojos y
es como si nos leyéramos las intensiones, los sentimientos en las pupilas.
A la primera oportunidad, trae en el hocico la montura, la ensillo y nos fugamos lejos de la comarca.
Hoy fue a la playa, pues ella conoce mi amor al mar.
Ella juega divertida con la espuma blanca.
Nos adentramos audaces hacia el mar.
Pasamos las olas grandes y nadamos ambas como buenas amigas.
Yo río feliz de nuestra ocurrencia, ella, relincha alegre de flotar en el agua salada.
Es por ello que temo conversar con el amo del potro galante.
No quiero ni por un segundo pensar en perderla.
Yo ofreceré al amo comprar a su ejemplar.
Será en mi laar, donde cruce a mi yegua blanca.
Asistirla en los cuidados cuando para a sus crías.
Ser la primera en recibirlas , de sus ancas abiertas a la vida.
Intentar menguar su dolor con caricias, mimos, besos en la cabeza.
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