Cuando se desata la tormenta , mi manada , que pastaba lejos, inicia una huida veloz sin rumbo ni concierto.
A su paso , retumba el campo como temblor de tierra.
Resuenan las ventanas de las casa de la comarca.
Si no me ocupo yo misma de arrear , salvar a mis caballos, se atropellaran entre sí.
Alguno de ellos puede quebrarse la pata o perderse por los montes, asustado por la confusión.
Apeo a la grupa de mi yegua blanca, palmeo presta su lomo fibroso , cabalgamos a salvar la manada.
Avanzamos entre las gotas gruesa de una lluvia descomunal, la tierra fangosa trastabilla las patas blancas sucias de barro de mi yegua.
A lo lejos, apenas divisamos a la manada relinchando aterrorizada.
Corriendo hacia cualquier dirección.
Caballos, yeguas, potros , crías se hunden en el fango,
ciegos de lluvia.
Apenas divisan nuestro arribo , la lluvia gruesa nos impide armonizar el caos. Tranquilizarlos.
Ardua tarea para una manada nerviosa, aterrorizada.
Demoramos más de dos horas , en hallar a los animales perdidos.
Ningún daño por lamentar.
Escampa el cielo, la hermosa yegua blanca cabalga serena al frente de una manada empapada, que estornuda con estrépito.
Ya en el establo, los peones se ocupan de los caballos, las yeguas, sus crías.
La respiración estremecida se apacigua.
Están en su hogar.
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