María necesitaba sentir el riesgo, la adrenalina corriendo por sus venas para sentirse plena.
Correr hasta su malecón, trepar hasta el pico más alto, dejarse seducir por el abismo.
Desde lo más alto era la dueña del peligro, de la tentación de arrojarse al vacío o no hacerlo.
Cuántas veces sonrío imaginando su caída libre al mar.
La atracción al peligro era un color tiznado a su piel, y jugaba con él, como una niña, me aviento, o no.
Era el juego eterno de su vida.
Había jugado con ella tantas veces, con resultados no siempre buenos.
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