La rebeldía de María la llevaba a buscar lugares diferentes a su elegante distrito. Ella amaba el cemento, los barrios de barro , las grandes unidades vecinales pero eran los colores añil , aquellos de propiedad del mar y del cielo, los que la apasionaban al punto de arriesgarse a subir a los barrancos, solo por ver un color de mar distinto a los otros. Cada distrito, cada malecón , cada hora variaban de intensidad. Y ella los recorría todos. Era como si sus días dependieran de la belleza que luego traducía a poemas.
María amaba lo marginal, los bares , las quintas antiguas y olvidadas. Una vez, la emoción de descubrir casualmente el parque Hernán Velarde, la dejó sin aliento . Volvía siempre que podía a admirar cada casa que había sobrevivido al tiempo. Sus jardines en pleno centro de la ciudad era como la Quinta Heeren , sus paraísos.
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