Fue sencillo desinflar la nube sobre mis hombros.
Una vez que su peso resultó insoportable,
tome un palo de tejer e hinqué la masa informe,
que cobraba cada vez más poder .
Un chorro de agua empapó mi cuerpo.
Lo peor fue lidiar con los rezagos de la nube,
largas tiras que se enroscaban en mi cuello,
como el algodón dulce pero éstas eran terribles,
peligrosas. Apretaban mis articulaciones.
Llamé a los vecinos . Nadie se detuvo.
Luego de un rato , las nubes se evaporaron
o quizás solo las había soñado.
Un sueño tenue que terminó en pesadilla.
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