Cada semana aparece el muerto haciendo sonar sus huesos como maracas incandescentes.
Imposible ignorar su paso rumbero , su voz de cantante criollo.
Viene tan feliz y cotidiano que parece llegar de una fiesta, no del mismo infierno.
Pide veinte soles, sublevando mi ira, y como vivo o como muerto le entrego el billete para quedar en paz.
Se retira antes que los perros detecten el ánima y con la misma frescura , se desplaza entre los arbustos del matorral .
De pronto , desaparece.
¿Será mi huerta la puerta al averno, y las visitas del cobarde, un castigo eterno por su muerte?
Me temo que al asesinar , cercené mi propia vida también.
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