No imaginé jamás que escapar , huir desesperada del dolor y la soledad, del destierro impuesto por mis propio mundo, me abriría un mundo propio, maravilloso, solitario, sin prejuicios.
Apreciaba las calles quintas y callejones a medida que ganaba pericia. Y solía detenerme en alguna casona para admirarla extasiada. Soñaba con sus habitantes, sus rostros.
Recuerdo un sábado, con la primera estación siempre en el Hospital Larco Herrera.Luego las excursiones extramuros fueron los días de semana hasta La Victoria, Santa Beatriz.
No supe que estaba construyendo mi propia personalidad .
Me complacía visitar el Hospital, la Avenida Brasil con sus palacetes de mármol, el Cementerio con sus estatuas bellísimas.
Nunca más volví a sentir el escarnio de enamorarme de alguien de menos rango social, me sentí libre, libre para caminar, visitar, soñar con aquello que me gustaba . Y obtenerlo sin esperar nada de nadie.
Aprendí el coraje de aventurarme a conocer aquellos sitios depreciados por mis incultas amigas.
Nunca más escuché los comentarios hirientes de aquellas amigas. ´pues nunca más frecuenté aquellos salones aburridos.
Solares y conventillos eran lo mío. Y el mar.
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