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lunes, 30 de junio de 2014
El cielo pardo oscurece mi alma , duelen los tuétanos de tanto temer.
La angustia aprieta mi pecho.
Temo por mi amada yegua blanca, que de tan blanca es azul.
Extraño sus relinchos felices cuando galopamos por los campos verdes, los trigales amarillos,
las amapolas , los girasoles.
La alegría de sus pasos ligeros resuena en mi cabeza.
El veterinario ha diagnosticado un resfrío severo, de tanto trepar a las cumbres nevadas,
bajar veloz hacia los campos cálidos,
Ella luce apagada , inmóvil, no ha probado alimento hoy.
Arde en fiebre.
Transpira sudor helado, perla en gotas menudas su cuerpo entero.
Cómo detener el ímpetu de mi yegua amada si es libre, y cabalga veloz como ninguna.
Ella conoce vericuetos recónditos entre los pedruscos, la nieve límpida de las cumbres,
la inmensidad del mar.
Sus patas inquietas no se mueven hoy.
Sé que es el cielo pardo , aquél que entristece a la yegua blanca.
Ella ama el sol, el resplandor en mil rayos del cielo al estallar la aurora.
La caída del sol por las tardes , cuando alinean las estrellas , la luna de plata y el sol.
Entonces, es feliz.
Y por las noches escapa para bailar con los luceros, las estrellitas.
Pronto el sol , el cielo celeste, añil volverán.
Mi yegua blanca que de tan blanca es azul será la cabeza de la manada.
La adorada por los campesinos , mi yegua pura sangre, la campeona sanará y mil estrellas celebrarán en el cielo con estrellas fugaces.
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