Acariño a mi yegua antes de la salida del sol.
Ella siente el calor ardiente de mi mano sobre su cabeza.
Relincha suave, como si supiera que la maldita fiebre no me abandona.
Se aproxima la carrera .
Aún aquella fiebre extraña devore mis bríos
o el cansancio fatigue mis huesos,
entrenamos como si fuera el último día.
Como si la vida durara 24 horas cabalgamos.
El alma gobierna, late feroz en nuestros pechos, se aligeran las patas, empuño las riendas.
Rodeamos el campo cabalgando como nunca antes.
Prendida de sus crines, los ojos ciegos de sal.
Se olvidan las dolencias sobre mi yegua blanca, que de tan blanca es azul.
Sonrío feliz al sol.
Ella es vigorosa y en rumbamos más allá de la comarca, Así luce rgullosa su estampa.
Hacia allá cabalgamos hacia donde sus patas ligeras me lleven.
Cansados , la tarde estalla en mil rayos sobre el lomo , la grupa de la yegua ,
la más bella de todo el lugar.
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