Cada día descubro nuevas rutas sobre el mismo camino.
Una de ellas me conduce a un riachuelo, que es el último tramo del río Rímac.
La floresta cubre casi todo el panorama pero si me acerco veo patos salvajes, y deshechos,
troncos que el caudal del río ha arrastrado desde la sierra.
¡ Cuán hermoso debe ser el río cuando es un puquial de aguas límpidas en las alturas de los montes !
Dicen que su frior congela las manos y a las crías que caen por descuido.
Al menos, yo puedo acercarme a contemplar el momento cumbre cuando el río se une al mar.
Una corriente débil y sucia de tanto viajar y otra tempestuosa , la mar.
La brisa marina envuelve de perfume de esperanza mi alma.
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