Paralelo a aquél camino polvoriento, discurre una acequia, que alguna vez fue un río.
Los habitantes mayores cuentan que hace 50 años era un afluente del río Rímac, hoy, no florece ni una yerba para los animales. Sin embargo, los árboles se mantienen inhiestos.
Cuando paso por allí en verano, bendigo la sombra de esos árboles y protegen de la llovizna que recuerdan que a pesar de ese paisaje abandonado y con símiles a pasajes del fin del mundo,, estamos en Lima. Es que nuestra ciudad es así, triste , polvorienta y abandonada.
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