Son muchas las auroras las manos despellejadas por aferrarme al barranco , no caer al abismo.
Otras, solo cerraba los ojos , me abandonaba sin luchar, la marea feroz devoraba mi cuerpo frágil.
Nunca morí del todo.
Amaba demasiado las auroras como renunciar a ellas en cualquier playa.
Comprendí que debo esquivar la delgada línea del barranco, aquél borde, frontera o como se llame que separa la serenidad de la frenética y violenta desesperación o locura, como quieras le nombres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario