Alicia luchaba contra el miedo, enfermedad que horada la piel hasta hincar el nervio más agudo, el pánico.
Sentía una mejoría, estaba bajando de peso, y renacía en el alma una emoción pretérita, casi olvidada: la esperanza .
Ayer recibió la visita de su amigo y representante, quien trajo aire nuevo y novedades de futuros eventos. Conversaron largo, con L a su lado, sin temblar, segura de sí misma, como antes.
Mañana esperaba con ansias la cita con la siquiatra.
Sería un alivio, una alegría encontrarse con su gran amiga, Ana. Hablar con ella la reconfortaba y añoraba aquellas largas conversaciones al borde de una taza de café, en las múltiples casas que Alicia vivió a través de su agitada vida marital.
De un cuarto de servicio en Jesús María hasta el condominio frente al mar. Aquél, de cual su esposo de entonces, celoso de su éxito profesional, le disparó dos balazos.
En la actualidad , ella conoció el departamento que Alicia compartía con L. Ana fue su testigo en la boda. Y juntas pasaban las tardes solitarias de Alicia, cuando L se internaba. Ambas amaban la música argentina, desde el rock hasta la inmensa Mercedes Sosa, la cual adoraban como a la diosa que fue.
Calamaro era el preferido de Ana, Vicentico de Alicia.
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