María no cabía en si de la alegría.
L le había concedido el regalo de santo y el del odiado día de la madre, por adelantado.
Ella no deseaba nada material. No le interesaba . Una pulserita, una joya que ella detestaba.
Le importaba únicamente recuperar esa amistad con aquella compañera de vida, que era Ana. Se verían en las tardecitas en el café de la esquina y como María era rebelde y traviesa, ya se escaparian juntas a aquellos lugares amados, donde fueron tan felices. Reirían por el placer de reír. Una sería el sontén de la otra.
El Museo del hospital, el café, su departamento amado, guarida protectora de María. Wong. .
Leoncio tenía sus ideas.
En realidad, la culpable de el embrollo fue la misma María.
Regaló y luego pidió de vuelta unos muebles en un momento de absoluta locura . No se podía justificar tamaño despropósito.
Eso no se lo hace a nadie. Menos a su mejor amiga. A aquella amiga a prueba de balas.
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