La mujer dorada viajó leguas, horas por saciar el calor de sus entrañas.
Por acariciar el pecho anchuroso de su extraño amante, y sentir el dolor de sus garras en su carne.
El aguardó por ella, hembra dorada desnuda pues sabía que ella volvería.
Amaba beber la sangre de las heridas de sus caricias.
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