La ciudad estalla en esquirlas tras mis espaldas.
Yo ya no conozco a esos pobladores nuevos enriquecidos por sus laboriosas horas de trabajo.
Sé que no existen aquellos sindicatos gloriosos de ayer.
Los que nos agrupaban en la Plaza 2 de Mayo a estudiantes, obreros, desempleados con los ojos llenos de fe.
La justicia social ha muerto.
Yo ya no pertenezco a una sociedad distinta que no conozco ni me reconoce. La de las lujosas camionetas 4 x 4 y los asesinatos por encargo. No es mi tiempo.
Aferrada a un árbol del bosque veo pasar una vida idílica, aquella que siempre soñé.
Irreal quizás pero hermosa y poética, lejos de una realidad cruel y ajena.
Aquella mía, a mi medida, perfecta, ciega y embebida de fragancias de la naturaleza.
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