A mi no me importa ir a diario hospital por hospital hasta que un médico encuentre a las malditas hormigas.
Total, he trabajado 20 años en el estado y he pagado mi seguro justo para estos casos.
Claro, no imaginé nunca que unas hormigas, unos insectos asquerosos tomarían mi cuerpo como vivienda y yo sufriría la picazón y el asco de sentir sus patas, sus pequeñas bocas abiertas picando mi carne. Eso infecta, se lo he dicho en todos los idiomas a los médicos del Larco Herrera, que es el último hospital que he visitado. El médico me escuchó, al menos, preguntaba unas tonterías sobre mi niñez mientras yo pensaba en comprar un galón de gasolina o trementina. El escribió una receta muy serio y me manda a farmacia. Estaré yo para gastar más suelas de zapatos. Al menos, este pichiruchi todo feo me ha hecho caso, y si tomo la medicina ,
quien sabe, mate a las hormigas. Hago una larga cola bajo el sol que no hace sino desesperarme y empiezo a conversar con la vecina sobre los maltratos del sector salud. Para qué. Me toca una sindicalista, una roja pero bien roja Le faltaba aire para hablar y sus ojos se ponían chinitos y rojos de pura rabia.
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