Mi casa tenía un jardín interno y tras éste, una huerta secreta.
Tan solo ingresábamos mi padre y yo. El recolectaba plantas medicinales,
yo, hermosas flores añiles, carmesí y otras de un violeta furioso, extraño , como de otra tierra o planeta. Aquél era mi preferido. Juntaba varias varas hasta armar un ramillete.
Adornaba mi mesa de noche con aquellas hermosas flores. Duraban meses sin expirar, sin perder lozanía. Una noche de imnsonio las vi volar sobre mi cabeza y conversar entre ellas.
Al día siguiente, entré a la huerta y las devolví a su lugar original.
No volví a buscar más flores de colores excéntricos pero seguí amando su color , el ´perfume especial que emanaba.
Crecí y me convertí en especialista en jardines.
Nunca más hallé una flor más bella como aquellas petunias violetas de belleza planetaria en ninguna parte del mundo.
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