Eran sonidos de guerra, tambores salvajes,
rugidos de fieras a tu paso,
Echaste tu cuerpo de venado a las calles
sin pensar ni vacilar un instante,
te envolviste en sus brazos delgadísimos,
lo cubriste del invierno inclemente.
Empezase tu vida infrahumana.
Una niña y su amante drogadicto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario