Aquella mujer arrastra los pies, pisa las bastas de sus faldones pues arrancó sus ojos para no ver ni saber.
La locura corroyó su mente y deambula por las madrugadas en pos de un tacho de basura para revolver.
A ella, ya eso no le importa, a ella, ya nada le duele, solo las horas largas de la noche, sola y con un frío de muerte sin nadie para abrazar. Su perro murió antier.
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