Nina trabajaba freneticamente. Salía antes del alba y volvía al caer la tarde , cuando el sol resplandecia en las cumbres de los cerros y le cegaban la vista. Ella disfrutaba tanto contemplando el contraste de los nevados con los colores luminosos del ocaso, que tomaba una licencia y se sentaba a espectar , con el alma en vilo, el espectacúlo de la belleza, distinto, día a día.
Ella sabía que su lucha no solo comprendía los derechos de los mineros sino que batallaba por la pureza del agua de los ríos, antaño cristalinas, hoy sucias y con serios problemas de contaminación.
Ella debía atacar desde la raíz y desde las bases. Había escuchado hablar de una muchacha algo mayor que ella, limeña , compañera de un importante dirigente minero, preso. La buscaría, sabía que vivía no muy lejos del campamento y se dejaría de tontear con aquellos mineros machistas.
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