Aquellas tardes previas al encuentro con la lideresa limeña eran tibias y amables.
Doña Petro y Nina conversaban con la confianza de una madre y su hija en el hogar adyacente al hostal.
La clientela entraba y salía a su antojo , mientras ellas inmutables se enfrascaban en el tema que les interesaba : el arribo de Rocío y la visita a su pareja a la cárcel local. La señora conocía a Gregorio desde su más tierna infancia, era amiga de la familia. Eso le concedía una especie de aura de poder ante los ojos de Nina, que le divertía mucho a la doña. Nadie nunca la había mirado con esa unción. Ella siempre fue una mujer de pueblo , y esa chiquilla , a la que le había tomado cariño de hija le inspiraba una ternura con esos ojazos cuando le pedía que le relatara una y otra vez cómo era el líder.
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