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Ovidio reflexiona sobre Dunia
Amo tanto a Dunia, a quien vi anoche,
que no soporto su belleza, me anonada,
salgo disparado, huyo, pues no puedo tocarla,
ni menos me atrevo a decirle mis deseos,
la vehemencia de mis quereres,
que no son de ayer ni del año pasado.
La dejo ahí, en el centro de la sala,
rodeada de festejantes que se disputan sus sonrisas,
cada una de sus mínimas palabras
y sus mohínes, fuente suprema de la gracia.
¡Qué me importa lo que piensen
aquellos que se quedan felices de que me vaya!
Me defiendo con torpeza de ese poder de Dunia,
el más grande que pueda imaginarse.
La dejo pensativa, seria por un instante,
se sabe bella y comprende que todo lo suyo me atañe demasiado,
que sus deseos son leyes para mi mente desquiciada.
Por lo menos pensará ¿me quiere o no me quiere?
¿por qué se va si parece que le importo tanto?
¿estará loco por mí o corre a otros brazos?
Mañana o pasado se repetirá la historia,
Ovidio, el que da lecciones de amor a los jóvenes
en sus libros que van de mano en mano,
como un bobo estará mirando a Dunia,
incapaz de decir una sola palabra.
Un viaje, debo hacer un viaje,
pero ¿a dónde? Al fondo de sus ojos,
al nacimiento de esos manantiales.
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