Desde aquél abril, la música alegre del circo no cesó de sonar cada aniversario. Era un pequeño circo trashumante instalado en casa y su recuerdo de rubios cabellos reinaba entre ellos. Era un sol radiante, risueño y tan movedizo como el mercurio. Era la alegría condensada de todos los elementos de la física y la risa.
Solo ella jamás repitió su nombre.
La fiesta era una celebración por todo lo alto y hasta que cada uno de ellos fueron sumando abriles y murieron en olor a ron y baile, felices como debía ser.
La leyenda del circo de abril perdura en Cartagena o en el Perú, no se sabe a ciencia cierta. Pero que existió, existió.
Nadie sabe cuándo , sí que era secreta en casa de una dama , que jamás volvió a repetir un nombre de hombre.
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