Arrojaron a la mujer de los muñones a los rieles del tren.
Su rostro herido, sus pocos huesos dañaban
la sensibilidad de los importantes.
Fueron ellos quienes la devoraron.
¿ No recuerdan acaso a la muchedumbre clamando, exigiendo
bramando furiosa por sus denarios?
La mujer no es una víctima.
Nada robó.
Hueso menos, hueso más.
Vive serena a las afueras de la ciudad.
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