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martes, 6 de septiembre de 2016

Vuelvo con  Mirtha al vagón abandonado. Sentados en los sillones de cuero, miramos alrededor nuestro y nuestro panorama sería desolador si no fuese por la hermosa villa que se  ha formado tras los vagones del tren y la laguna, donde a veces vienen los patos a beber. Un lugar que para otros sería miserable es secreto y mágico para nosotros. El mejor hogar que jamás tuvimos. Los ojos de Mirtha me miran fijamente. Yo, envalentonado hablo de mis lecturas favoritas como Los Inocentes de Oswaldo Reynoso y prometo llevarla a conocerlo un día. Ella estira las piernas hacia mi, en un gesto de cómoda fraternidad , yo paso el brazo por su hombro.

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