Desde las ventanas del vagón, la villa apenas se distinguía en la oscuridad. . Las altas yerbas protegen de los curiosos, la policía,o de cualquier extraño que quiera irrumpir en la pacífica villa o asentamiento humano. Tras el cerco vivo o las yerbas se divisan las primeras planchas de eternit quebradas que conforman nuestras habitaciones. Muchas son solo cartones reciclados de las fábricas.
En medio de todo está la charca , filtración del río que corre a nuestras espaldas, antes de desembocar en el mar . Allí, en la charca nos bañamos los días calurosos, las madres asean a sus hijos, se lava la ropa y es motivo de alegría para los habitantes. Mirtha y yo repasamos la historia de la villa. Ella narraba con detalle y voz respetuosa los motivos del arribo de cada familia.
Fueron cinco despedidos que pasaron su primera noche huyendo de la represión tras la vegetación.
La emoción de Mirtha era contagiosa y charlamos hasta la aurora. Esa no era noche para besos .
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