Desde antes del alba estaba en pie arreglando la habitación de eternit que compartía con Mirtha y su hijita. Casi no dormía, sea por lo estrecho del espacio sea por las goteras del techo.
Los fines de semana trabaja medio día en la fábrica y empleaba ese tiempo en arreglar los desperfectos. Algo absolutamente nuevo para mi, quien siempre contó con un electricista, pintor y cuanto hombre para esos oficios. En fin, aprendía a coscorrones y por orgullo pues Mirtha valoraba mucho esos afanes en una pareja viril. Este último fin de semana no dije nada pero después de la fábrica salí a perderme por aquellos surcos polvorientos que tanto amo. Encontré una huerta de higos maduros, y comí mi fruta favorita y recolecté para llevar a casa, nadé en la laguna de los patos y logré llegar al confín del río donde sus aguas se confunde con el mar.
Contemplé maravillado el cambio de color de las aguas de río con las azules verdosas del mar.
Volví a casa muy tarde, con ganas de ser soltero sin compromiso y dormir hasta mediodía el día siguiente.
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