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martes, 6 de septiembre de 2016

Mi segunda invitación fue más acertada. Llevé a Mirtha al vagón del tren abandonado.
Ella pudo conocer la madera fina , olerla, los sillones de cuero mullido, y bebimos una gaseosa mezclada con una botellita de pisco que tenía reservada para ocasiones especiales.
La verdad es que fue todo un éxito. Esta ocasión , ella estuvo relajada,  en su ambiente, muy cerca a nuestro poblado ,  pero a la vez en un universo particular mágico y desconocido . El pisco también hizo lo suyo y la dejé hablar hasta cansarse. Parecía que guardaba años de confidencias silenciadas por la soledad. Supe que el muchacho que la embarazó era un compañero de colegio, un año mayor.
Que no lo vió más porque según dijo, era poca cosa . A su hija la criaría ella y más adelante estudiaría en un colegio técnico y apostaría por una beca. No quería ser ni doméstica ni secretaria , ninguna de las ocupaciones femeninas comunes. Ella aspiraba a ser educadora .

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